Si luego de la codificacion sensorial sumerjo al estímulo social en atención profunda, la incómoda y gruesa costra de ruido se desbarata dejando expuesta la belleza intrínseca que todo guarda y, mediante alquimia neuronal, el desasosiego se disuelve en rogicijo.
Empero, como riesgo inherente a todo placer, las fibras más finas de mis alcances ontológico y referencial, como las ramificaciones jóvenes de un árbol, al despuntar suelen rozar a mi tristeza que ha padecido siempre de sueño liviano.
Aprender a tristear. A negarle importancia tanto al estimulo como a la interpretación misma, y asimilar este vaivén emocional como la expresión más pura y palpalble de mi autocomprensión y de mi rancia transgresión consciente a la ley divina.