Hay momentos (laaaaargos momentos) en los que me hundo.
Me cubre una parsimonia natural que me limpia, me desnuda y -paradójicamente- me despierta.
Así, mi yo sin edulcorar disfruta casi hasta la convulsión al contemplar la luz tenue y moribunda que expele el sol por las mañanas cuando está nublado, y si en ese trance de respiración lenta y profunda se atraviesa un sorbo de café cargado, negro y puro, la vorágine arrebata el alma y el cuerpo se queda ahí, inmóvil, con la mirada fija, taciturna, en paz....
-¡¿Qué pedo, qué te pasa?!.- Dice un pendejo mientras pasea su manita torpemente ante mis ojos.
No quiero voltear a ver su rostro, que seguro carga una pesada sonrisa auspiciada por la estupidez.
-Nada, no tengo nada.- Respondo mientras me levanto de la banqueta y entro nuevamente a la oficina.
lunes, 14 de junio de 2010
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