jueves, 6 de agosto de 2009

El Origen (y futuro) Atómico de las Cosas

Desde hace muchos años (casi todos los que puedo recordar) he sentido gran curiosidad por saber cuál es el origen de las cosas que veo, poseo o deseo.

Partiendo de la idea de que la materia no se crea ni destruye, y de que unidad mínima de la materia es el átomo, me pica el cerebro el poder saber en dónde estaban hace cien años los átomos que ahora forman la vieja mesa de mi estancia, la cerveza caliente de la botella casi vacía, la playera decolorada que me cubre o la pantalla de la computadora en la que ahora escribo.

¿En dónde estaban esos átomos hace cien millones de años? ¿De qué eran parte? ¿De un animal? ¿De una planta? ¿De un volcán? ¿De un micro organismo marino? ¿Habrá algún registro o suerte de memoria codificada en los átomos que nos permita saberlo? ¿Seremos capaces algún día de descifrarlo?

¿Y qué pasará con mis átomos cuando me pudra bajo la tierra?

Tal vez cuando me reintegre a la tierra algunos de mis átomos formen una molécula que forme parte de una proteína que alimente una planta y se convierta en una papa que será consumida por un animal y termine otra vez como excremento de vuelta a la tierra para después pasar por un ciclo parecido y me convierta en el esperma de un homo sapiens que se masturba en un zoológico futurista frente a cientos de seres pertenecientes a lo que será el siguiente escalón evolutivo.

martes, 4 de agosto de 2009

Normal

Hace un par de días me sorprendí al levantarme por la mañana y ver a las manchitas de colores haciendo en la estancia de mi apartamento una formación casi militar. Caminaban juntitas conservando un espacio milimétrico y exacto entre ellas.

De un lado a otro iban y venían, parecía que estaban vigilando celosamente su espacio, y antes de chocar con un muro o una silla daban vuelta muy ordenadas y sin romper la formación.

Intenté pasar a la cocina y formaditas, muy serias, me impidieron el paso. Quedé inmóvil durante casi cuarenta segundos, que utilizaron para dar vueltas al rededor de mis pies descalzos y decidir que "estaba limpio".

Pude seguir caminando cuando abrieron un surco justo a la mitad de su rectángulo de puntitos multicolor (me estaban autorizando el paso), mismo que cerraron inmediatamente después de mi andar para volver a formar una barrera casi infranqueable.

Por las noches, hicieron guardias en la puerta de mi habitación. Podía escuchar entre sueños los cambios de turno, había una suerte de ritual que incluía dar unos pasitos de lado cuando llegaba el centinela que ocuparía el lugar de la manchita que necesitaba dormir con urgencia.

Estuvieron así hasta hoy.

Esta mañana, cuando me levanté, otra vez parecía que alguien las había estornudado y estaban todas salpicadas por doquier. Habían regresado a su actividad normal.

Algunas dormían, otras charlaban con sus vocecitas casi mudas, habían las que mordían la alfombra, jugaban con el gotero del lavabo, gritaban dentro de botellas de vino vacías para escuchar su eco y casi piso a unas cuantas que intentaban mover un sucio sofá de su lugar para alcanzar la ventana.

No sé por qué me parece tan normal que sucedan estas cosas.

domingo, 26 de julio de 2009

Autodestrucción inevitable

A veces me siento tan cansado de no hacer nada, que no puedo más que seguir dando tumbos en mi rutina laboral para no quedarme dormido.

Me disfrazo de persona responsable, salgo a la calle, interactúo con extraños como si los conociera y regreso a platicar de lo mismo con el espejo sucio que me ve llegar todas las noches y me insinúa que detrás de él hay una realidad alterna más entretenida, menos ordinaria.

Tengo sed de libros nuevos, de ideas diferentes que desquebrajen mi manera de pensar para volver a construirla.

Quiero terminar conmigo y volver a empezar pretendiendo que es la primera vez que llevo a cabo esta secuencia invariable que me tiene tan atolondrado.

domingo, 5 de julio de 2009

Todo apelmazado

El cielo era color estaño. El tiempo avanzaba rápido hacia las 6 de la tarde en un día cualquiera de la semana pasada. La trayectoria que trazaba mi automóvil, al subir un puente que capotea a la colonia Anzures, dibujó un paneo que dejó entrever el color verde obscuro y desaturado de unos árboles que sostenían firme a un edificio muy alto.

Manejé de reojo varios metros, varios segundos, durante los cuales mi parte Cronopiomutilada se quedó postrada en la imagen de una superficie platinoide, que se degradaba lenta y sutilmente desde un cobrizo adormilado hacia la nada. Para fundirse en el lado opuesto con el cielo taciturno.

Despuesito, siguiendo el paneo que por la curvatura del puente se vencía hacia la derecha, se asomó la luna. Grande, inmensa, redonda, sarrosa, con algunos dejos de orín.

Entonces mi alma tuvo un momento de lucidez, un ínfimo instante que pudo ser imperceptible de no haber tenido la suerte de sentir como el cielo, la luna, las hojitas verdes de los árboles, el edificio y yo, nos derretimos para ser parte de un todo apelmazado.

Inevitablemente lloré y seguí manejando feliz al saber que esas cosas hermosas no sólo ocurren en los libros.

lunes, 22 de junio de 2009

Otra vez

Otra vez amaneció nublado.



Otra vez salí de casa y había agua en el aire.



Otra vez casi lloro al sentir que la ciudad en la que vivo está fría y felizmente encapotada.



Otra vez circulan por encima de mis ojos las horrendas ideas que mantienen la hermosa y delgada diferencia entre mi cordura y la de los demás.



Otra vez pisan charquitos mis zapatos viejos que parecen de payaso.



Otra vez escucho voces que enajenan cuyos conceptos nacen tan absurdos que me parecen razonables.



Otra vez la gente en la calle repite con tedio que el día amaneció feo...
[... evidentemente no saben lo que dicen].

martes, 16 de junio de 2009

Gris

Las mañanas que nacen grises, húmedas y frías, son las mejores.

Mis manchitas de colores brillan más.

jueves, 11 de junio de 2009

Mezcla

Qué difíciles se tornan las cosas cuando las opuestas realidades en que vivo se disuelven.

Mi parte corpórea se limita a estar, no tiene problemas. Sin embargo, mi psique se cuece.

Es insoportable el ardor del alma cuando de repente me encuentro perdido entre las percepciones de la jarana insustancial y los placeres del bienestar espiritual.

Es descollante para el alma cuando el placer de poseer y el placer de disfrutar se vuelven una masa homogénea.

No hay mejor manera de regresar las cosas a su lugar que salir a abrazar a un árbol gordo que no es propiedad de nadie.