Ya decía alguién que mis ojos eran tristes aún cuando era feliz.
Agradezco que alguien no esté cerca para sentir mis ojos, pues la tristeza macabra y cierta que ha venido a suplantar lo que alguna vez fue una mirada tibia y apacible sería mortal para su piel.
Mis pestañas de gato se han ido cayendo una a una.
Lentas, tristes se rehúsan a desprenderse de mis párpados. Empero, pocas son las que quedan pirradas a mi rostro.
A ratos trato de entender, cabilo, recuento, presiento, fumo, imagino y me muero otra vez.
El olor a diablo no se ha ido y amenaza con quedarse en la ciudad.
jueves, 25 de marzo de 2010
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