martes, 20 de octubre de 2009

Belleza tácita

No hay foto que tomar mientras no existan unos ojos capaces de redefinir al objeto en cuestión. Puede tratarse de cualquier cosa, lo importante es atreverse a descubrir y denunciar con una imagen la belleza tácita que todo guarda.

Un feto humano cubierto con formol metido en un frasco de cristal, las pestañas interminables de una mujer vacía, el reflejo de una casa en el agua podrida de una fuente, una construcción, una ciudad, un río sin chiste, una sensación, un grito de odio, un par de senos, una cara convexa y deforme, un bote abandonado, un zapato bien boleado, un cuerpo cotidianamente desmenuzado por estudiantes en una escuela de medicina. Todo puede ser convertido en placer visual, sólo basta una cámara fotográfica y un par de ojos que en cada pestañeo se lubriquen con imprudencia, locura y sensibilidad, para así despojar a la vida de su nauseabunda ordinariedad anteponiendo la belleza tácita que todo guarda.

Corro incesante y sin voltear en sentido opuesto a la estética ordinaria, a las frases hechas, huyo de las técnicas depuradas, de las teorías de la imagen, en fin, de todo lo que pretenda coartar la necesidad ontológica de detenerme en cualquier lugar y hacer una foto sin importar nada, por el puro placer de contemplar la belleza tácita que todo guarda.