miércoles, 27 de mayo de 2009

Sin Color

Hoy me siento incoloro.

Ni siquiera la vieja botella de vino que destapé hace cuarenta y dos minutos logra sacarme de la monocromía.

Quería ser un poco rojo, pero...


Escala de grises.

Mi piel está al 5% del negro total. El poco cabello que me queda al 60% y mi ropa se debate entre el 10% y el 99%.

No puedo dormir...

Pienso en las muchas veces, que muchas personas han tenido los muchos pensamientos resbalosos y bastardos que tengo hoy.

jueves, 21 de mayo de 2009

CRUDA IRREALIDAD

Mis manchitas de colores están de regreso. Poco a poco, ellas mismas fueron recuperando su brillo y dejaron atrás los días de monocromático desdén.
Apenas se descubrieron sanas, comenzaron a brincar por todos lados, a enredarse en el poco pelo que me queda, jugaron con los colores del televisor, entraban y salían del agua del retrete (tuve que sacarlas de ahí, cerrar el baño y poner una toalla bajo la puerta), se metían entre las hojas de mis libros y no daban tregua a un tierno bullicio que ya extrañábamos tanto ellas como yo.

Al poco rato quede dormido con la televisión prendida, más por cansancio que por ganas de soñar. Después, sucedió algo que nunca había visto...




...por la mañana al despertar, caminé somnoliento a la cocina como todos los días para abrir el refrigerador y cerciorarme de que seguía tan vacío como lo había dejado la noche anterior. Sin embargo, esta vez en lugar de las paredes pálidas y un bote de salsa medio vacío, me encontré con que su interior estaba todo salpicado, como si se hubiera llevado a cabo una convención de colores y éstos hubieran estado discutiendo toda la noche hasta cansarse.

Pensé que mis ojos, hinchados de sueño y renuentes a la luz, eran los culpables de la confettiesca visión, pero al cerrar la puerta del enfriador, caí en cuenta de que todas las paredes de mi apartamento estaban igual.

Después miré los sillones, el piso, las puertas, los cuadros, las fotos, la mesa, el espejo del baño (éste estaba más densamente cubierto de colores salpicados), los platos del secador, la apestosa ropa en el cesto, la vieja alfombra de la habitación que sirve de estudio, el librero, mis juguetes, en fin... todo había sido cubierto por una especie de vómito multicolor.

Al final descubrí que mis manchitas de colores habían tenido una suerte de fiesta brutal al encontrarlas a todas dormidas y amontonadas bajo mi cama. Tiradas, exhaustas, crudas de felicidad.

Cerré la puerta y me alejé despacio sin hacer ruido. Ellas siempre hacen lo mismo cuando yo amanezco igual.

martes, 12 de mayo de 2009

Mi perro imaginario

Capitán era un perro imaginario, mediano, amarillo. No era flaco hasta los huesos, pero sí digamos que mediocremente alimentado. Gustaba, como todos los demás perros, de olfatear los rabos de los demás, tenía una casi inverosímil debilidad por los vasos. No podía ver a alguien sosteniendo un vaso de plástico, unicel o hasta vidrio, porque quedaba totalmente hipnotizado. Después del encuentro, sus ojos grandes y claros (casi amarillos también), no podían dejar de hacer contacto visual con el fetiche.

Las copas de vino, botellas de refresco, latas y demás objetos útiles para sostener una bebida, le eran lo mismo que nada.

No obstante su necesidad de poseer el vaso, trataba de simular una tranquilidad aparente y abruptamente le retiraba la atención a lo que fuera, ya fuera niño, pelota o trapo.

Caminaba cauteloso, movía la cola lentamente. Era su manera de hacerle creer a los demás que el vaso no tenía la importancia y que no cabía la idea en ningún lugar del mundo de que se fuera a abalanzar para robarlo.

Nunca saltó de frente a nadie para obtener su vaso. Siempre fue cauteloso de postrarse casi a 180 grados del objetivo y a una distancia suficiente para, llegado el momento, lanzarse como tigre sobre el objeto de su pasión y con la punta de la nariz sacarlo de la mano de quien lo tenía sin tocarla siquiera.

Cuando el vaso era de vidrio y se rompía, el sonido emitido sacaba inmediatamente de su trance a Capitán y quedaba aturdido sin saber qué sucedía. Después venían los gritos, reproches y demás ademanes y sonidos raros que le obligaban a salir corriendo sin saber por qué estaba siendo rechazado. Pero cuando el vaso era de algún material que soportara la caída, el sonido hueco que sobrevenía del primer o segundo rebote, era la cima del placer, era el momento en la cúspide de sus sentidos, era el detonante de un espasmo efímero y grandioso que precedía al brinco perfecto que lograba alcanzar el vaso para tomarlo entre los dientes y llevárselo de ahí. Lejos de todo.

Después de horas se podía seguir escuchando el sonido lejano del vaso vacío retumbando en el piso y las paredes del lugar que había elegido Capitán para jugar hasta quedarse dormido.

Era un perro Cronopio.

domingo, 10 de mayo de 2009

Tal vez

Mis manchitas de colores en cautiverio están tristes.

De unos días a hoy no juegan, no brillan, no platican conmigo.

Parecen ausentes, como enfermas.

Me preocupa verlas deslavadas, opacas, ténues. Intento sacarlas de su trance, pero parece que no estoy.

He tratado de entablar algunas conversaciones con ellas, les hablo de las cosas que les gustan; del aire brusco, de las fuentes, de edificios viejos, de árboles gordos, de las burbujas del agua mineral, hasta les he traído un par de esas flores muy pequeñitas del arbusto que algún día les platiqué que existía y que siempre quisieron conocer...

...se marchitaron antes de que voltearan a verlas.

He intentado hasta ignorarlas.

Tal vez sea que no soportan más el cautiverio.

Tal vez necesiten aire, edificios, árboles...

Pobrecitas, espero que no mueran de tristeza.

martes, 5 de mayo de 2009

El sarro de la Luna

Esta noche es similar a muchas que he tenido; solo, sin hambre, con mucha sed, sin cigarros ni ganas de fumar, refrigerador semi vacío, pantalón de pijama, torso desnudo, un calor que me acosa casi sexualmente al estar sentado en una mesa vieja, rayada, que dibuja muchas noches de borrachos con oficio que tuvieron un marcador indeleble a la mano.

Mis ya aburridas cavilaciones acerca de lo deshilachado que encuentro mi entorno, casi terminan por partirme en dos. No sé si la irreconocible luna que se asoma por un ángulo desnudo de mi ventana sea la causa. Puede ser que su color sarroso, ese absurdo maquillaje ocre, tenga algún efecto exponencial sobre mi yo abyecto, mal sano...

Las obscuras nubes grises de contorno afilado y brillante la acarician muy por encimita y sin causarle daño.

Erizan su piel.

Reparo entonces en el bello y macabro sentido del cielo que observo, el sarro en la luna cobra magnificencia, diluyo el espectáculo con el resto del mundo, me atrapa irremediablemente la vorágine del todo y vuelvo a saber que formo parte del lado macabro y hermoso del mundo.