viernes, 25 de junio de 2010

Atole

Habíame dado cuenta de que tu ausencia es más densa que el atole.

Una mañana, al salir abruptamente de un sueño profundo y ordinario (en el cual había ciudadanos hormiga conviviendo con la gente, trabajando de cajeros, limpiando parabrisas, dirigiendo equipos de fútbol... en fin, un sueño profundo y ordinario) mis sentidos estaban trabajando a tope y sentí la pesadez abrumadora y asfixiante del vacío, de la ausencia, de tu manera de no ser.

Ya antes sentí algunas veces ese letargo físico envuelto en el desvelo del alma. Ese ínfimo momento de recién despierto que se hiende y por cuyas grietas se filtra la consciencia total de la existencia, la realidad plena, absoluta, desmaquillada y apestosa... así como es.

Empero, ya pasó... ya estoy metido en una oficina tomando café siendo inconscientemente feliz.

lunes, 14 de junio de 2010

Patrocinios Malditos

Hay momentos (laaaaargos momentos) en los que me hundo.

Me cubre una parsimonia natural que me limpia, me desnuda y -paradójicamente- me despierta.

Así, mi yo sin edulcorar disfruta casi hasta la convulsión al contemplar la luz tenue y moribunda que expele el sol por las mañanas cuando está nublado, y si en ese trance de respiración lenta y profunda se atraviesa un sorbo de café cargado, negro y puro, la vorágine arrebata el alma y el cuerpo se queda ahí, inmóvil, con la mirada fija, taciturna, en paz....






-¡¿Qué pedo, qué te pasa?!.- Dice un pendejo mientras pasea su manita torpemente ante mis ojos.

No quiero voltear a ver su rostro, que seguro carga una pesada sonrisa auspiciada por la estupidez.

-Nada, no tengo nada.- Respondo mientras me levanto de la banqueta y entro nuevamente a la oficina.

jueves, 3 de junio de 2010

Despacio

No deja de sorprenderme la relatividad inherente y casi siempre desapercibida que posee el tiempo.

He atravesado parsimoniosamente cinco meses que se antojan como quince si volteo a mirar enero.

Y dentro de ese cubo de segundos lentos y aglutinados (cuyas paredes me rebotan sin lastimarme cuando pego mi nariz en ellas) el último par se estira y pretende parecer siete.

Creo que sucede cuando me visita la muerte o cuando extravío uno de tantos sentidos de la vida. Esta vez perdí el más grande e importante. La búsqueda ha sido lenta y dolorosa pero fructífera. Lo escucho lejos, quedito pero firme.

Ahora sé a dónde voy.

Sigo caminando despacio.

Cada segundo, largo como hora, me regala una ínfima parte de mí que desconocía y me sorprende.