martes, 13 de abril de 2010

Bonita Mañana

La mañana me regaló un cielo grisáceso y frío.

Abrí los ojos porque unas letritas pequeñas y tiernas me hablaron al oído.

Unté un pan con mantequilla y me lo comí mientras buscaba mis llaves.

Reí al ver que las manchitas las habían escondido dentro de la lavadora.

Abracé mi saco gris y salí de casa.

lunes, 12 de abril de 2010

Debí suponer

Abrí la puerta.

Obscuridad total y un extraño bullicio sordo.

Mi mandíbula volvió a rosar el suelo cuando prendí la luz y sorprendí a mis manchitas de colores en cautiverio en una verdadera bacanal.

El frenesí era envidiable; carcajadas, brincos, gritos... era una fiesta salpicada de muchos colores por todos lados.

Jugaban a aventarse el contenido de mi frasco de besos que no he dado. El recipiente de vidrio rodaba vacilante por el suelo resbaloso (las manchitas cuando son felices, emanan una suerte de baba brillante y delgadita).

Caminé de puntas con mucho cuidado para no pisar a nadie.


Cuando notaron mi presencia, huyeron rápido a la habitación vacía.

Yo me quedé recogiendo mis besos y los guardé en el frasco.

Todos menos uno que ya se va.

Comida en casa

No acostumbro comer en casa, sin embargo, no pude dejar de pensar en mi frasco perdido y hoy regresé a medio día a sabotear el refrigerador y a seguir en la búsqueda del recipiente aquél lleno de ósculos surtidos.

Lo primero que hice fue buscar algo de comer. Un par de latas de atún, un poco de aderezo y un par de piezas de pan de caja fueron suficientes. Los acompañé con jugo de arándano.

Me senté en un sillón a devorar el alimento mientras pensaba en quién habría podido llevarse mi frasco.

Es muy extraño que quien haya sido, hubiera elegido apoderarse precisamente de un frasco a primera vista vacío. Y lo considero particularmente raro, debido a que hay al alcance de cualquiera otros objetos que pudieran parecer de mayor valor.

Una armónica, una guitarra, un televisor, una cámara fotográfica, un robot, fotos enmarcadas del hombre de barba blanca, en fin...

Volví a recorrer el lugar ya no en busca del recipiente, sino de algún indicio que me dejara saber, o al menos intuir, quién había sido el autor del hurto, para así ir cuanto antes a recuperar mis pertenencias.

No encontré nada.

domingo, 11 de abril de 2010

Frasquito Perdido

Todo parecía normal cuando llegué.

Los muebles estaban callados y las ventanas estóicas recibían los impactos diminutos y tupidos de las gotas que el cielo arrojaba entusiasta.

Me quité el saco mojado y lo aventé sobre la única silla del comedor.

La cara me sabía a lluvia.

Al prender la luz de mi habitación descubrí que el frasco donde guardo los besos que no he dado había desaparecido.



Mi mandíbula rosó el suelo.

Mis ojos, desesperados, querían brincar a buscar por todos lados mi frasquito de besos que no he dado.

Y es que ahí están todos. Hay besos mudos, besos decalzos, de sabores, con ruedas, presos, diminutos, gordos, traviesos, largos, escritos, dulces, brillantes, redondos, tronados, robados, cantados, de colores, mojados, tontos, viejos, cansados, viajeros...

Lo busqué sin éxito hasta entrada la noche.

Afortunadamente traía uno en el bolsillo de mi camisa y se acaba de ir presuroso a su destino.

martes, 6 de abril de 2010

Teléfono estéril

Estoy a menos de trece días de dejar la ciudad.

Necesito acomodar todo para que mi estancia en Mil Kilómetros al Norte no se distraiga regresando la cabeza para ver si todo está bien, o al menos igual...

Dejaré atrás (en estricto orden de no importancia):

Documentos, cuentas por cobrar, horarios, rutinas, cuentas por pagar, mis dos almohadas, un espejo sin reflejo, ruidos en la noche, fotos de callejones, un cuadrito verde en una azotea del centro, un árbol gordo que me cura, un fantasma, muchas tardes hermosas de tormenta, una sucursal bancaria, un cafetín con reloj de péndulo, un seven-eleven, muchos domingos de fútbol, una pesadilla recurrente, un asiento en el estadio, varias comidas familiares, una acuarela, una fiesta sorpresa, un vaso con agua sobre la mesa, una maleta vacía con destino a Nueva York y un estéril número telefónico al que nunca nadie ha llamado...

domingo, 4 de abril de 2010

Ladrón

Media tarde.

Rumeaba por la alacena olvidada de la cocina sin saber qué estaba buscando ni qué iba a encontrar.

Moví bolsas de arroz, frijol, conservas y demás alimentos casi vitalicios.

Tal vez los restos secos multicolor que dejan las manchitas por donde andan, me llevaron a asomar la cabeza en esa mini bodega de granos y latas...

Descubrí que es un lugar especialmente apreciado por ellas para atesorar cosas.

Había velas, botones, tapas de colores, envolturas de chocolates, una canica, un calcetín de rombos (????), pilas inservibles, trozos de hilo acomodados (por tamaño y color) en una madeja cuidadosamente elaborada, un cerillo vivo y uno muerto, un dejo de cuerda de guitarra, un corcho, migas de coco rayado, pedacitos de alambre...

Y al fondo, detrás de todo el altar de fruslerías, estaban mi matera y mi bolsa de mate escondidas. Cuidadosamente las deslicé hacia mi...



¿¿¿Por qué siento que les estoy hurtando???

sábado, 3 de abril de 2010

Aspirinas

Anoche al llegar a casa la puerta estaba atrancada por dentro.

La llave giró fácil, libre, casi sola. Sin embargo, al girar el picaporte la puerta necia no se abría.

Con el hombro empellaba una y otra vez...

parecía que estaba soldada.

Me senté largo rato recargado en la puerta.


De repente lo escuché, ese murmullo inconfundible que me gritó al oído que a una de ellas la había traicionado la felicidad pueril e incosteable que le generaba gastarme una broma.

Acto seguido escuché a las demás reprochando el accidente con una suerte de sonidos enojaditos y muy tiernos.

No tuve más que aventar por debajo de la puerta una tira vacía de aspirinas, con las bombitas de plástico trasparente casi intactas, redondas...

Sabía que eso y el rojo brillante del papel metálico que guardaba las pastillas, les serían irresistibles.

La puerta se abrió.

Al entrar, pude ver como las traviesas manchitas se llevaban su nuevo tesoro debajo de la cama.

Les di tus saludos.

Luar

Sigo mirando al cielo en busca de la luna,

mi corazón apunta hacia arriba, inquieto.

Con los ojos cerrados quiere salir y recorrer el mapa sin zapatos...

Sus latidos no me dejan dormir desde quella tarde en que el luar me arrebató del mundo.