sábado, 3 de abril de 2010

Aspirinas

Anoche al llegar a casa la puerta estaba atrancada por dentro.

La llave giró fácil, libre, casi sola. Sin embargo, al girar el picaporte la puerta necia no se abría.

Con el hombro empellaba una y otra vez...

parecía que estaba soldada.

Me senté largo rato recargado en la puerta.


De repente lo escuché, ese murmullo inconfundible que me gritó al oído que a una de ellas la había traicionado la felicidad pueril e incosteable que le generaba gastarme una broma.

Acto seguido escuché a las demás reprochando el accidente con una suerte de sonidos enojaditos y muy tiernos.

No tuve más que aventar por debajo de la puerta una tira vacía de aspirinas, con las bombitas de plástico trasparente casi intactas, redondas...

Sabía que eso y el rojo brillante del papel metálico que guardaba las pastillas, les serían irresistibles.

La puerta se abrió.

Al entrar, pude ver como las traviesas manchitas se llevaban su nuevo tesoro debajo de la cama.

Les di tus saludos.

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