domingo, 26 de julio de 2009

Autodestrucción inevitable

A veces me siento tan cansado de no hacer nada, que no puedo más que seguir dando tumbos en mi rutina laboral para no quedarme dormido.

Me disfrazo de persona responsable, salgo a la calle, interactúo con extraños como si los conociera y regreso a platicar de lo mismo con el espejo sucio que me ve llegar todas las noches y me insinúa que detrás de él hay una realidad alterna más entretenida, menos ordinaria.

Tengo sed de libros nuevos, de ideas diferentes que desquebrajen mi manera de pensar para volver a construirla.

Quiero terminar conmigo y volver a empezar pretendiendo que es la primera vez que llevo a cabo esta secuencia invariable que me tiene tan atolondrado.

domingo, 5 de julio de 2009

Todo apelmazado

El cielo era color estaño. El tiempo avanzaba rápido hacia las 6 de la tarde en un día cualquiera de la semana pasada. La trayectoria que trazaba mi automóvil, al subir un puente que capotea a la colonia Anzures, dibujó un paneo que dejó entrever el color verde obscuro y desaturado de unos árboles que sostenían firme a un edificio muy alto.

Manejé de reojo varios metros, varios segundos, durante los cuales mi parte Cronopiomutilada se quedó postrada en la imagen de una superficie platinoide, que se degradaba lenta y sutilmente desde un cobrizo adormilado hacia la nada. Para fundirse en el lado opuesto con el cielo taciturno.

Despuesito, siguiendo el paneo que por la curvatura del puente se vencía hacia la derecha, se asomó la luna. Grande, inmensa, redonda, sarrosa, con algunos dejos de orín.

Entonces mi alma tuvo un momento de lucidez, un ínfimo instante que pudo ser imperceptible de no haber tenido la suerte de sentir como el cielo, la luna, las hojitas verdes de los árboles, el edificio y yo, nos derretimos para ser parte de un todo apelmazado.

Inevitablemente lloré y seguí manejando feliz al saber que esas cosas hermosas no sólo ocurren en los libros.