viernes, 31 de agosto de 2012

El gato con bigotes que se usaban como cuerdas de guitarra

Como en todos los sueños, había situaciones y personajes cuya presencia es inexplicable o injustificable. Flotan sobre el suelo lagunas de información que deforman la experiencia y la legitiman justo como eso, como un sueño. No cometeré la osadía de tratar de comprender nada ni de llenar vacíos con supuestos. Lo escribo pues, antes de que se disuelva por completo.

Estaba parado frente a una casa que nunca en mi vida había visto y que al mismo tiempo me era completamente familiar. Podría decir que sentía por ella una suerte de cariño despistado. Era lúgubre, parecía que me observaba anteponiendo las cornisas de sus ventanas a manera de cejas. Emitía sonidos casi inaudibles que pintaban el ambiente con tonalidades ocres. Todo se sentía muy actual y acogedoramente opaco.

En la casa vivían Alicia y el Jardinero del Aire. Ella, salió a recibirme ataviada con un espíritu maternal casi trasparente y espeso que acentuaba su sonrisa perenne y su belleza natural.

-El Jardinero del aire está en su jardín, arriba en la azotea-. Me dijo no sé si a manera de disculpa o invitándome a subir a saludarlo al Jardín aéreo.

Entré a la casona y me senté en un sillón viejo cuyo tapiz me hacía pensar que habían desbaratado muchas bolsitas de té usadas y esparcido la hojarasca muerta y húmeda sobre el.  -Mi papá te está esperando. Dijo Alicia. Yo, que conocía muy bien al General, sabía que me recibiría con un buen trago y carne que había salado y secado él mismo en el jardín.

-Joaquina viene tarde. Dije.-La playa está muy lejos y hace rato pude ver que aún seguía tomando fotos al mar-.

-¡Ah, viene Joaquina!-

-Sí, o al menos eso leí en su diario.- Repuse.

Sonaron tres detonaciones de arma de fuego. Muy cerca y muy fuerte, vibraron casi hasta romperse las copas de cristal que colgaban disparejas en el recibidor.

-Es mi papá, que ya sabe que estás aquí.- Intentó calmarme Alicia.

Di un paso atrás y giré todo mi cuerpo para ver el cuadro donde estaba retratada la familia, para distraerme, para no pensar en los balazos. Al regresar el cuerpo me encontré dentro de una camioneta cuyas ventanillas circulares, como de camarote de barco, dejaban pasar muy poca luz y el ambiente ocre de la casa se replicaba a la perfección.

Ahí estaba, dentro de la camioneta, de pie, junto al Jardinero del Aire, Alicia y Joaquina.

"Ya vamos tarde", comentaban entre ellos como si yo no estuviera ahí.

-¡Hey! ¿Quién maneja la camioneta?.- Preguntaba yo con insistencia. Pero nadie me contestaba. Los tres reían y me invitaban a sentarme a beber vino en platos de sopa.

Un gato con bigotes tan largos que cuerveaban hasta el suelo, caminaba sobre los hombros y las cabezas de los tres mientras yo me asomaba por una de las ventanillas circulares y veía un mar muy azul resguardado por riscos afilados y extendidos.

-Ya vamos tarde.- Decía Alicia insistentemente al conductor, que en ese momento supe, se trataba de su padre el General, que con una sonrisa igual de seductora que la de Alicia nos aseguraba que llegaríamos a tiempo. Yo no sabía a dónde y no me interesaba.

El Jardinero del aire me explicaba que las cuerdas de una guitarra podían  ser sustituidas por los bigotes largos y gruesos del gato que andaba sigiloso y desfachatado por los hombros de la gente.

-Es cosa de saber qué bigote quitarle para que dé el tono.-

-¡No lo puedo creer!.- Decía yo sin poder parar de reír.

Joaquina tomó al gato. Lo acomodó en su regazo y comenzó a tocar una canción que todos conocíamos.

Alicia cantaba y la acompañaba con sus palmas. El Jardinero fumaba. Yo comencé a cantar.