No deja de sorprenderme la relatividad inherente y casi siempre desapercibida que posee el tiempo.
He atravesado parsimoniosamente cinco meses que se antojan como quince si volteo a mirar enero.
Y dentro de ese cubo de segundos lentos y aglutinados (cuyas paredes me rebotan sin lastimarme cuando pego mi nariz en ellas) el último par se estira y pretende parecer siete.
Creo que sucede cuando me visita la muerte o cuando extravío uno de tantos sentidos de la vida. Esta vez perdí el más grande e importante. La búsqueda ha sido lenta y dolorosa pero fructífera. Lo escucho lejos, quedito pero firme.
Ahora sé a dónde voy.
Sigo caminando despacio.
Cada segundo, largo como hora, me regala una ínfima parte de mí que desconocía y me sorprende.
jueves, 3 de junio de 2010
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