martes, 12 de mayo de 2009

Mi perro imaginario

Capitán era un perro imaginario, mediano, amarillo. No era flaco hasta los huesos, pero sí digamos que mediocremente alimentado. Gustaba, como todos los demás perros, de olfatear los rabos de los demás, tenía una casi inverosímil debilidad por los vasos. No podía ver a alguien sosteniendo un vaso de plástico, unicel o hasta vidrio, porque quedaba totalmente hipnotizado. Después del encuentro, sus ojos grandes y claros (casi amarillos también), no podían dejar de hacer contacto visual con el fetiche.

Las copas de vino, botellas de refresco, latas y demás objetos útiles para sostener una bebida, le eran lo mismo que nada.

No obstante su necesidad de poseer el vaso, trataba de simular una tranquilidad aparente y abruptamente le retiraba la atención a lo que fuera, ya fuera niño, pelota o trapo.

Caminaba cauteloso, movía la cola lentamente. Era su manera de hacerle creer a los demás que el vaso no tenía la importancia y que no cabía la idea en ningún lugar del mundo de que se fuera a abalanzar para robarlo.

Nunca saltó de frente a nadie para obtener su vaso. Siempre fue cauteloso de postrarse casi a 180 grados del objetivo y a una distancia suficiente para, llegado el momento, lanzarse como tigre sobre el objeto de su pasión y con la punta de la nariz sacarlo de la mano de quien lo tenía sin tocarla siquiera.

Cuando el vaso era de vidrio y se rompía, el sonido emitido sacaba inmediatamente de su trance a Capitán y quedaba aturdido sin saber qué sucedía. Después venían los gritos, reproches y demás ademanes y sonidos raros que le obligaban a salir corriendo sin saber por qué estaba siendo rechazado. Pero cuando el vaso era de algún material que soportara la caída, el sonido hueco que sobrevenía del primer o segundo rebote, era la cima del placer, era el momento en la cúspide de sus sentidos, era el detonante de un espasmo efímero y grandioso que precedía al brinco perfecto que lograba alcanzar el vaso para tomarlo entre los dientes y llevárselo de ahí. Lejos de todo.

Después de horas se podía seguir escuchando el sonido lejano del vaso vacío retumbando en el piso y las paredes del lugar que había elegido Capitán para jugar hasta quedarse dormido.

Era un perro Cronopio.

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