sábado, 25 de abril de 2009

Partículas de colores en cautiverio

Cuando salgo a la calle; a trabajar, a caminar, a ver el cielo, a respirar, manejar, o a cualquier otra actividad que requiera que asome la cabeza al mundo, dejo encerrados en una habitación del espacio cronopiomutilado donde duermo, un puñado de seres curiosos que no quiero que nadie conozca.

Y no es que me avergüence de ellos, sin embargo, sé que si los exhibo pueden ser maltrechos y quedar muertos en un nano segundo.

Digamos que son pequeñas partículas de colores sin forma que se mueven y juguetean con entropía al rededor de mí cuando estoy en casa, como las pulgas de las películas viejas que roban mi atención y me privan de la trama. Conviven unas con otras, se ríen, gritan palabrejas inventadas con sus pequeñas vocecitas, brincan, corren, duermen, todo lo hacen juntas aún cuando sean opuestas.

Pero, ¿Qué haría la gente si me vieran caminando por ahí con un espectro de manchitas de colores al rededor de mi cuerpo? O peor aún, ¿qué pasaría cuando se percataran de que platico, juego y me río con ellas?

Estoy seguro de que muchos se burlarían hasta marchitarlas, o las tocarían sin cuidado alguno y terminarían por aplastarlas, o las asfixiarían al querer encerrarlas en el hueco de un puño a medio cerrar, o se las robarían para ponerlas en un frasco y sacudirlas hasta que se dejaran de mover.

Por eso las encierro, y sueño con el día en que pueda salir con ellas a la calle y no corran ningún peligro.

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